sábado, 24 de enero de 2009

FAMILIA NO CONVENCIONAL

Familia no convencional
(ENTREVISTA)
Bueno, te cuento sobre mi familia. Actualmente está más fragmentada que no sé qué [risas]. Mi papá vive en Ecuador y en Bolivia, está casado con una chica veintitrés años menor que él. Tiene un hijo de un año y un poquito más.
O sea que tienes un medio hermano.
Sí, ecuatoriano. ¡Lindísimo, precioso!
Ah, sí lo conoces.
Ah, claro. Estuve con él hasta que tuvo unos siete meses. Mi mamá vive conmigo aquí en Perú. Vivimos en la casa de una especie de tía. No tía exactamente, pero algo así. Digamos, lo más cercano a pariente, porque mi familia es una porquería [risas].
¿Cuándo se separaron tus padres?
Se separaron gradualmente [risas]. Lo que pasa es que mi papá y mi mamá nunca se divorciaron. Mi papá se volvió a casar en Ecuador, así nomás.
O sea que es bígamo.
Ajá.
Qué interesante. Veo que esta entrevista promete [risas].
Fue un escándalo. Mi papá le fue fiel a mi mamá veinte años. Creo que cuando se casaron tuvieron ese pacto: serse fiel completamente durante veinte años. Pero luego mi papá se vengó de esos veinte años, y estuvo con una chica, y con otra, y con otra. Alucina, en una época yo vivía con mi hermano, con mi papá y con su amante, que se llamaba Carla.
¿Podemos retroceder en el tiempo? ¿Dónde naciste?
En Buenos Aires. Luego vine al Perú, y a los diez años me fui a Ecuador, donde viví durante ocho años. Mi papá está muy mal de salud ahora, pero antes trabajaba en seguros. Era el mejor inspector de barcos y aviones en Ecuador, y uno de los mejores inspectores de aviones en Bolivia. Aparte es ingeniero industrial y profesor de seguros. Hacía de todo, y se pudría en plata. En Ecuador yo tenía todo lo que quería. Si quería salir, alquilaba un carro con chofer. Teníamos casas inmensas con todo, empleadas como cancha.
Después, cuando tenía trece o catorce años, nos vinimos a Perú. Mi mamá se había separado de mi papá, y ya vivía aquí. Mi papá al comienzo me dijo que mi mamá no se enterara de que habíamos regresado, pero yo me moría por verla. Al final, mi papá como que se abrió un poco, y yo me fui a vivir con mi mamá. Trabajé para mi primo —que me requetexplotaba, porque es un maldito, es capaz de vender a su madre— en una tienda de Chacarilla. Con eso ya ganaba plata. Mi hermano también trabajaba en ese momento, pero el desgraciado no daba un mísero centavo para la casa. Con lo que yo ganaba —que eran veinte soles semanales, creo— comíamos, y el cuarto en el que vivíamos nos lo pagaba otro primo.
¿Qué hacías en ese trabajo?
No sé, trabajaba ahí pero nunca me dijeron en qué.
¿Cómo?
Ah, tú sabes que yo perdí la memoria hace más de tres años, pero eso lo voy a contar después. Todo lo que sé de antes de eso es porque me lo han contado, me lo han graficado, me lo han puesto como un cuentito de hadas. Nunca se me ha ocurrido preguntar qué trabajo hacía ahí, con mi primo. Vendedor no creo que haya sido, porque un vendedor de catorce años como que no se ve, y aparte era ropa así como ternos. Llegó un momento en que a mi papá se le acabó la plata, y un día aparece con su amante en el cuartito de dos por dos de mi mamá. Mi mamá no podía botarlo a mi papá de la casa, o sea, no podía negarle la entrada, porque era su esposo, y no podía negarle la entrada a la amante, porque era ecuatoriana y no conocía nada del Perú, no sabía ni cómo regresarse a su país. Entonces, como que se apiadó un poco. Estuvimos cuatro semanas juntos. Los cuatro, durmiendo en un cuarto de dos por dos. Yo dormía con mi mamá, mi papá con su amante, y mi hermano se fue a la casa de un tío.
O sea que tu papá no tiene casa acá.
Aquí no, por eso es que yo vivo en la casa de mi tía.
Y este cuarto del que me hablas, ¿es donde vives ahora?
No, era en San Borja, por el Coliseo Dibós: Torres de Limatambo. La primera semana, mi mamá no la trataba mal a la amante de mi papá, hasta le servía la comida, «toma, Carla». La segunda semana ya jugaban cartas. La tercera semana ya como que conversaban un poquito. La cuarta semana ya eran patas, amigas, compañeras, hermanas de leche [risas]. Luego mi papá y Carla regresaron a Ecuador, y luego se fue mi hermano.
Vaivenes de la fortuna
Un tiempo después, mi mamá y yo decidimos regresar a vivir a Ecuador, y justo el día que llegamos a Tumbes, cierran la frontera por la guerra. O sea, los ecuatorianos podían entrar al Perú, pero los peruanos no podían entrar a Ecuador.
¿No se habían separado tu papá y tu mamá? ¿Por qué tu mamá tenía la necesidad de volver al Ecuador?
Porque aun cuando se habían separado, él se encargaba de ella en algo. Estuvimos en un hotel de Tumbes a donde siempre íbamos cuando pasábamos la frontera, cuando no íbamos directo. Estuvimos sin pagar, porque dijimos que mi papá iba a mandar un giro en cualquier momento. Mi papá mandó un giro con la amante. La mandó a la amante, y ella tiró la plata en una bolsita por encima de la frontera [risas]. Mandó como 600 dólares, con los que nos pudimos mantener un tiempito, pero luego se acabó la plata. Entonces, teníamos que hacer algo. En Zorritos fuimos a vivir a la casa de una señora que se llamaba Mary. Al comienzo no hacíamos nada, pero luego teníamos que buscar algo que hacer, así que comenzamos a vender empanadas en la calle, en un pueblo que se llama Contralmirante Villar, que está cerquísima.
¿Tu mamá hacía las empanadas?
Las hacíamos donde un panadero. En ese pueblo nos prestaron una casa que no tenía piso, era de caña con cartón, una casita que habían armado ahí [risas]. Hicimos buenos amigos. Es que mi mamá es súper amiguera. Si la vieras, a donde va hace amigos.
Una vez, en una playa de Zorritos, me encontré con un amigo del barrio de acá, de Lima. Un día mi mamá me manda a comprar a la tienda, y me encuentro con mi amigo, y me dice: «Oye, mañana me voy a Ecuador. ¿No quieres venir?» Y yo al toque, pues, porque era como si yo estuviera más bien «al otro lado» y estuviera queriendo salir. «Ya, claro, ¿pero cómo?» «No hay problema, yo te hago pasar». Como él importaba ropa, era súper conocido y podía entrar y salir a su gusto. Entonces, me ayudó a entrar, y me dijo: «Ya, bueno, aquí te dejo nomás. No puedo seguir porque es mucha responsabilidad para mí seguir contigo». Entonces yo —¿Cuántos años tenía? ¿Quince, creo?—, sin papeles absolutamente, pasé de Perú a Ecuador en plena guerra. Me tomé un bus de Huaquillas a Guayaquil. En la mitad del camino pararon el bus para bajar a todos. ¡Yo me moría de miedo, porque si bajaba me iban a pedir papeles, y no tenía nada! Yo me hice el dormido. El militar comenzó a moverme. Tenía que «despertarme» porque, si no, era que estaba muerto [risas]. Le dije que estaba cansadísimo, que había trabajado bastante en Huaquillas, que tenía que seguir trabajando en Guayaquil, que me dejara seguir durmiendo, por favor. Me dijo: «¿De dónde eres?» «Yo soy de Guayaquil». «¿Y a dónde te vas?» «A Guayaquil». «¿Y qué fuiste a hacer a Huaquillas?» «¡A trabajar, y voy a seguir trabajando en Guayaquil! ¡Aunque sea déjeme descansar este tramo!» Entonces no me bajó. ¡Yo estaba con el corazón en la boca, imagínate!
¿Y tu mamá?
Mi mamá se quedó en el pueblo ese. Bueno, llegué a Guayaquil. Mi papá no tenía idea de que yo estaba llegando. Llegué con mil sucres. Con esos mil sucres compré tres fichas telefónicas. Las dos primeras se me perdieron. Yo no sabía dónde vivía mi papá, dónde trabajaba, y él no sabía que yo había llegado a Guayaquil. No tenía ni cómo salir del terminal, porque no tenía plata ni sabía cómo ubicarlo a mi papá. Pero tenía un número de teléfono. Con la última ficha llamé a ese número , y me dieron la dirección. Me fui donde un taxi, le dije que me llevara. Me dijo que no, y me dio 500 sucres para que me tomara un bus, y más o menos me indicó dónde tomarlo y dónde bajarme. Cuando me bajé, asaltaron el bus dos cuadras más allá y mataron a dos personas.
¿Qué cosa?
¡Sí, oye, horrible! Yo me había bajado dos cuadras antes, pero vi cómo la gente gritaba y salía del bus por las ventanas, imagínate. Ah, aparte el bus en el que viajé de Huaquillas a Guayaquil casi se choca dos veces. O sea, una tragedia total. Por lo menos llegué a la casa de mi papá. Me fui a vivir a Quito —porque no soportaba a Carla, su amante— con la hermana de mi mejor amigo, que tenía un caserón precioso. Nuestra casa en Quito también era preciosa, pero esa era más preciosa aun. ¡Era un castillo! ¡Mi cuarto tenía jacuzzi!
¡Qué tales contrastes!
Imagínate, pasar de un mes a otro de comer un menú en un comedor popular, a estar en un cuarto con walking closet y jacuzzi. ¡Lo primero que veía cuando me despertaba era una vista increíble del Cotopaxi! Luego de dos meses regresé a Guayaquil porque mi papá terminó con Carla. Después finalmente llegó mi mamá a Ecuador. Esa fue la primera causa de que haya perdido la memoria. Me dio una depresión terrible por el cargo de conciencia de haberla dejado sola a mi mamá en ese pueblo. Fue por eso que me llevaron al psicólogo, y él me mandó a una psiquiatra. La psiquiatra fue la que me recetó unas pastillas que literalmente me comieron la memoria. Poco a poco comencé a perder la memoria, hasta que un día me desmayé, y se fue por completo. Ese fin de semana yo había viajado a Quito para relajarme. Estaba solo en Ecuador, porque mi papá estaba en Perú, mi mamá en Argentina y mi hermano en Colombia. Estaba en el Swissôtel, había ido de compras, todo precioso como para pasarlo de lo mejor, y justo me desmayé en la calle. No sé quién me llevó al hospital. Yo tenía mi papelito en mi billetera de que en caso de emergencia llamaran a la mamá de mi mejor amigo. Ella llamó a mi papá. Los tres vinieron, mi papá, mi mamá y mi hermano. Estuve diez días sin saber quién era yo mismo. Poco a poco fui recuperando la memoria, pero no de lo que había pasado antes, sino reconociendo a las personas nada más. Era como que hubiera nacido ese día.
O sea que, por ejemplo, todo lo de Contralmirante Villar te lo han contado.
Es contado. Tengo ciertos flashes, pero apenas. Sé que es verdad por esos flashes, pero aparte de eso todo es contado. Empezar a vivir de nuevo fue bien difícil. ¡Fue raro! ¡Fue como nacer adulto!
Poco antes de perder la memoria había empezado a estudiar alemán. Seguí y recuperé todo lo que había estudiado, y salí con la mejor nota que había conseguido alguien desde que había abierto el Instituto Goethe en Ecuador. Me dieron una placa por eso, fue lindo. Yo estudiaba alemán porque quería ser piloto de Lufthansa. Hubo toda una celebración por eso en el instituto. Mi papá me hizo un montón de regalos. Me regaló un avioncito de Lufthasa chiquito, que yo le regalé a Víctor, mi pareja actual, cuando se fue hace poco a España. Luego comencé a aprender inglés por mí mismo, computación también por mí mismo. Ahora en las tres cosas soy experto.
Mi papá se casó con su secretaria, Martha, en Guayaquil. Mi mamá sencillamente se quedó en el aire. Supongo que debió haber sido recontra duro para mi mamá, pero ella es súper fuerte. Cuando mi mamá fue a Ecuador la última vez, mi papá no le dio la espalda completamente, pero llegó un momento en que nada que ver. Como yo estaba trabajando en ese momento, la puse en un hotel a mi mamá, hasta que un día se me acabó la plata, y además me había endeudado. Mi papá no quería darle porque a la esposa le daban celos, qué sé yo, y ella no tenía dónde dormir. Lo primero que se me ocurrió: como en Guayaquil el aeropuerto está dentro de la ciudad, fuimos allá. Como que estábamos esperando a alguien en llegadas internacionales, nos quedamos allí toda la noche. Al día siguiente mi mamá se vino al Perú.
Primera experiencia
¿En esa época tuviste la oportunidad de realizar tus inclinaciones?
Sí. Solamente un agarre con un chico, Jorge, en Ecuador. En Ecuador vivía bastante bien y me iba por lo menos tres veces a la semana al cine. Al comienzo iba porque me gustaba, y luego solamente por verlo a este Jorge, que trabajaba en Cinemark.
¿En qué trabajaba?
Vendía los boletos.
Era boletero.
Pero no era boletero-boletero.
Bueno, boletero-administrador.
Administrador de boletería [risas]. Me templé por completo. Un día me dijo —no me acuerdo cómo me lo dijo, no sé de dónde salió la conversación—: «Voy a ir a un bar, a una disco». «¿Cuál» «Es un bar gay». En Ecuador a los bares gay los abren y los cierran rapidísimo. El único bar gay que conocí, y que no llegué a entrar, y que encima ni siquiera estaba seguro si era o no era, era uno que se llamaba «Crash» —un nombre muy sugestivo—, pero nunca entré. Con eso ya sabía que él era gay. Aunque todavía me quedaban mis dudas. Aún así, no sé, pensaba: «Puede ser fetichista, le gusta ir a bares extraños».
¿Cómo era él?
Tenía veintisiete años, alto, bien guapo. Estudiaba biología marina, y aparte trabajaba. Yo paraba en el cine, cada vez que le tocaba su turno yo iba. Ahí engordé más todavía, porque yo me siento incompleto si entro al cine sin estar comiendo algo. En el Cinemark la cancha grande viene en balde, —y encima la puedes rellenar gratis— y la gaseosa es de dos litros. A veces veía una película repetidas veces, o me iba sin terminar de ver la película: la cosa era verlo a él. Un día, saliendo de la última función, lo encuentro a él que también estaba saliendo de su turno. «¿Vamos por ahí?» «Vamos». El Cinemark de Guayaquil está en el Mall del Sol, que es un centro comercial como el Jockey Plaza, pero un poquito más chico. Terminamos agarrando en la calle. Yo le dije que me gustaba mucho, y que estaba enamorado de él. Él no dijo nada al respecto, o no recuerdo que haya dicho algo. Esa fue mi primera experiencia gay, o lo más cercano que tuve.
¿Cómo terminó eso?
Nada. fue un chape, sencillamente. Creo que lo volví a ver un par de veces más antes de venirme acá. Fue solamente un encontrón.
«Ese saborcito a clandestino»
En Ecuador trabajé como programador de celulares primero, luego como inspector de vehículos y de barcos en la misma compañía de seguros donde trabajaba mi papá. A finales del 98 me entró la locura, y quise venirme al Perú a empezar a trabajar, a ganar mi propia plata y a ser completamente independiente. Llegué aquí el 15 de diciembre del 98. Salí de Guayaquil el 14 de diciembre a las 9:00 p.m. Llegué aquí a las 11:00 p.m. Mientras tomaba el taxi, llegué a las 11:56 p.m. a mi casa y a las 12:00 era el cumpleaños de mi mamá. Fue súper bacán, porque llegué justo a tiempo. Ella estaba llorando porque decía no iba a poder llegar, y llegué cuatro minutos antes del cumpleaños, así que feliz.
Estuve buscando un trabajo y no conseguía, no conseguía, no conseguía. La vi verde durante todo ese tiempo. Mi papá quería mandarme plata pero yo no quería.
¿Te habías peleado con tu papá?
¡No, no me había peleado! Yo quería ganar mi propia plata. Estaba harto de que todo lo hicieran por mí. ¡Todo, absolutamente! Me cocinaban, me planchaban, me lavaban.
¿Eso no es lo normal [risas]?
No, yo quería ganarme mi propia plata. Pero como no conseguía trabajo, estaba con toda la presión de en qué momento me botaban mi casa, y qué hacía en el aire. Tú me hubieras visto en esos días, estaba destrozado.
¿Cómo ha sido tu vida sentimental en Lima?
Hasta unos dos meses antes de venir al Perú, toda mi vida era heterosexual 200 por ciento. Yo sabía mis inclinaciones, pero no las ejercía. En Ecuador casi no hay ambiente, casi no existe.
O sea, Lima es una ciudad cosmopolita en comparación con Quito.
Esto es Nueva York en comparación con Ecuador [risas]. Hay que aceptarlo. Aquí, si tú ves a un chico que te gusta, tienes por lo menos un 40 por ciento de probabilidades de que seas correspondido.
Primero, que efectivamente «entienda», y segundo, que seas correspondido [risas].
Exacto. En Ecuador, tú tienes un uno por ciento de posibilidades de que sea, y de que seas correspondido ya tienes un medio por ciento, algo así. La idea predeterminada es que nadie es, y si es, es el que se sale de la regla. En cambio aquí es casi mitad y mitad.
Háblame de tus experiencias de ambiente.
Poco después de llegar a Perú, un día estuve chateando, y vi un nick que me llamó la atención. Comenzamos a conversar, luego conversamos un par de veces más, creo. Fueron las únicas veces —en ese tiempo por lo menos— que Michael entró al chat, y justo entraba yo. Quedamos en encontrarnos frente a la iglesia de San José. Yo estaba sentado, y llega esta persona, Michael. Nos conocimos creo el 18 de diciembre del 98, por ahí. Estuvimos saliendo todos los días y pasando todo el día juntos, desde las nueve de la mañana hasta las once de la noche.
¿Cómo fue eso?
Simplemente salíamos en un plan de amigos. Yo era, digamos, algo así como un turista recién llegado. Me acuerdo que el primer lugar a donde me llevó fue Larcomar, que yo no conocía todavía, porque cuando me fui todavía era el Parque Salazar. Yo no me acordaba, pero mi papá me había dicho que mi lugar favorito en Lima era el Salto del Fraile. Fuimos y nos quedamos allí toda la mañana y parte de la tarde.
¿Él se templó?
¡Recontra!
¿Y tú?
Yo no sé. Es que yo recién había entrado en esto. Es como que recién entras a la universidad, y no sabes si te gusta o no. Bueno, con Michael pasábamos todo el día juntos, y el 25 de diciembre fuimos a la disco, a «Gitano», por primera vez.
¿Cuál fue la impresión?
No era lo que yo pensaba.
Se me ocurre que tú tenías un concepto sórdido de los bares gay: cadenas, cosas así [risas].
¡No! Imagínate, todos vestidos de cuero, con su gorra como «Village People» [risas]. No quería imaginarme nada, sino verla tal como era. Para qué, me gustó bastante: gente bastante normal, chicos de diferentes status sociales. Un par de viejos, un par de tracas, pero de ahí, realmente era como cualquier otra discoteca [risas]. Me sorprendió bastante cómo se saludaban, con beso en la mejilla. Yo soy argentino, y nosotros nos saludamos así. Pero ver eso en Perú me sacó de cuadro, no imaginé que se acostumbrara. Saludé a la primera persona y me dio un beso en la mejilla. Yo normal, pero luego me quedé pensando: «¡Pero si estoy en Perú!»
Zona liberada, pues.
Zona de alta tolerancia [risas]. Michael me presentó un montón de gente que él conocía. Su primera pareja paraba ahí, y le había presentado bastante gente. Bueno, entonces, el 25 de diciembre fuimos arriba, a la mezzanine. ¡Todas las de la ley! Estuvimos a punto de que pase algo. De ahí me acompañó a Larco. Yo le había contado que mi primer beso con un hombre había sido en la calle. Entonces me preguntó algo así como: «¿Y lo volverías a hacer?» Bueno, la cosa es que terminamos agarrando en plena Larco, a vista y paciencia de todos los taxistas, los guardianes y los yungays [risas]. Cuando subimos al taxi me preguntó si quería ser su pareja, y yo le dije que sí.
¿Tú te la esperabas, tú sentías algo por él también?
No me la esperaba, simplemente pensé que era así. Estaba confundido en realidad, no sabía cómo eran las cosas [risas]. Aparte, yo quería probar qué era eso. Pero no era con la intención de usar a Michael como un experimento, no, para nada. Por unos días, pensé que estaba enamorado de él.
Tú ya sabías lo que era estar enamorado, después del chico del Ecuador.
Lo de Jorge era crónico. Yo pensaba en él todo el tiempo. En cambio, con Michael me pasó eso, pero menos de una semana. Me acuerdo que el primer día me decía a mí mismo: «¿Pero por qué no nos citamos más temprano?» Por ejemplo, nos habíamos citado a las 4:00, y pensaba: «¡No! ¿Por qué no le dije a las 2:00, a la 1:00 a las 12:00? ¡Quiero estar con él ahorita, ahorita, ahorita!» Pero luego como que la magia se fue perdiendo. Entonces, quizás fue sólo una ilusión.
¿Qué te pareció él como persona?
Un amor. No puedo decir que cambiaría nada de él. Ni siquiera su tartamudeo, que también lo hace interesante [risas]. Mi relación con Michael duró veinticinco días. Terminé con él porque no me sentía bien siendo pareja de alguien de quien no estaba enamorado. Además, por la misma razón que lo acepté, quería terminar: quería conocer. Ya había conocido lo que era tener pareja, ahora quería conocer lo que era putear [risas]. Además, en ese momento mi situación económica era de lo peor: no sabía ni siquiera si al día siguiente iba a dormir en mi casa o en la calle, o si iba a comer, y no quería atarlo a una persona tan complicada.
Cuando eran pareja, ¿iban a la discoteca seguido?
De vez en cuando, como cualquier pareja. También íbamos bastante al Salto del Fraile. Una vez que fuimos allá, pasó algo horrible. Fue el día que he visto más precioso el Salto del Fraile. ¡Las olas reventaban tan fuerte que formaban una pared de agua inmensa! Había un viento fuertísimo, era precioso. Ese día estuvimos agarrando, y de repente vienen dos tipos. No estaban armados, pero yo no me atreví a hacer nada, a hacer ningún movimiento, ahí sí me salió lo cabro [risas]. No nos hicieron nada. Tenía mi chompa del «Galápagos Explorer» —que la adoro con toda mi alma— y mi celular. Michael tenía unos binoculares carísimos. ¡Nada de eso se robaron! ¡Ni siquiera se robaron mi billetera! Me hicieron abrir mi billetera y sacar la plata. Me robaron 220 dólares y 10 soles. Pude tranquilamente haber sacado sólo 100 dólares, pero les di todo. Uno de los ladrones puso una cara como si se hubiera sacado la lotería. A Michael le robaron 20 céntimos [risas]. Yo estaba tan nervioso que me tomé una pastilla para calmarme. En la combi, Michael me decía: «Duérmete un rato aunque sea, para que te calmes». Comenzó a rascarme la cabeza, y me dormí. Es que en la cabeza está mi interruptor. Alguien me rasca más de diez segundos, y yo ya estoy dormido. ¡Te lo juro! Aún cuando me lo hago yo mismo, me da sueño.
Más o menos por esa época comenzó a perderse la magia. Un día nos fuimos al «Café Millenium». Íbamos a hablar los dos. Primero iba a hablar él, y luego iba a hablar yo. Él me puso en un altar con flores. Me dijo que me adoraba más que a su vida. ¡Yo estaba preparado para decirle para terminar, y él me decía que daría su vida por mí! Yo pensé: «Pucha, ¿y ahora qué hago?» Yo no podía seguir con eso porque no, no era. Entonces, con el corazón en la mano, le dije todo. Me dijo que no, que por favor lo pensara bien.
¿Tú cómo se la pusiste? Elegir las palabras en esas circunstancias es muy difícil.
Sencillamente le dije que recién había entrado al ambiente, y quería conocer. Tener pareja medio que truncaba mis horizontes.
¡De puteo!
Algo así [risas]. Pero no, en esos tiempos yo ni siquiera pensaba en eso, sino en conocer. Cuando terminamos, me dijo que iba a volverse totalmente straight, que iba a alejarse por completo del ambiente. Aunque ya me han contado que ese es el cuento de siempre.
«¡Nunca más!»
«¡Adiós a los hombres!» Creo que el siguiente fin de semana lo vi otra vez en la disco [risas]. Ese día me deprimí tanto que me fui al casino, me tiré treinta dólares, me tomé como seis cuba libres, estaba borrachísimo. Pero no por mí, sino por él, por haberle hecho eso. Me acuerdo que saliendo del «Atlantic City», donde me tomé los cuba libres, borracho, me fui a las cabinas Internet donde ahora trabajo, y me puse a putear en el chat. Creo que escribí: «¿Quién quiere sexo casual?» No sé, algo así puse. Fue la única vez que me han regañado en el canal. Me dijeron: «Y2K, cálmate porque te boto del canal».
¿En qué canal fue?
En #gayperu.
¿En #gayperu se pusieron en ese plan? ¿Desde cuándo?
Ahora yo soy operador del canal, ¿no te conté? ¡Ya tengo mi arroba, ya soy operador! Yo también los calmo bastante.
Pero si no hablan de eso, ¿de qué hablan?
Es que una cosa es que se pongan a conversar y a probar con sexo, pero otra cosa es que alguien llegue y esté buscando un flete cibernético. Cuando alguien en el canal dice algo como: «¿Algún pasivo que no tenga nada que hacer esta noche?», le digo: «Cálmate porque te boto». Y en realidad lo boto.
¿Ah, sí?
¡Es que se ve horrible que en el canal te pongan eso! ¿Qué piensas si ves eso en el canal? ¿Qué clase de gente crees que ha entrado al canal? ¿O para qué sirve el canal? ¿Para encontrar puros puntos?
¡Claro!
¡Oye! ¡No! ¡El chat no sirve para encontrarse con puntos! ¡El chat sirve para encontrarte con tus amigos! ¡El fin de chatear no es encontrarte con la persona, sino conversar! ¿Qué es «chat» en inglés? «Dialogar».
¡Cybersex!
Aún así, no es para encontrarse con una persona, ni remotamente.
La única razón por la que yo no me encuentro con mis cyberfriends es que ellos están en Manchester y Montevideo [risas].
Por lo menos, el objetivo de #gayperu no es buscar con quién acostarse esa noche cuando uno está aburrido y le entran las ganas.
Bueno, hoy día he aprendido algo.
¡Para que veas! ¡Cuando estoy de operador, todos así, derechitos [risas]!
Volviendo a Michael, con él tuve una relación súper conchuda. Íbamos a un parque, y nos echábamos ahí. Hemos agarrado en la 10, en el Salto del Fraile. ¡Hemos tenido wawis por todos lados! ¿Conoces el «Phantom Café»? Ahí, en las cabinas privadas. ¡Hemos agarrado por todos lados! ¡En la calle, en público! Incluso una vez estábamos en la 10, él se había echado sobre mis piernas, y estábamos chapando. ¡El bus se metió en un hueco, y nuestros dientes chocaron! ¡A mí se me rompió un pedacito, y a él le dolió horrible! ¡La gente de adelante se mataba de la risa de lo que nos había pasado! ¡Un roche! ¡Nosotros, rojos! Yo decía: «¡No lo puedo creer! ¡Quiero bajarme!» ¡Fue de lo último! Ese pedacito de diente me va a faltar por el resto de mi vida [risas].
Recuerdo la frase preferida de Michael: «Lo que más me gusta de las relaciones homosexuales es ese saborcito a clandestino».
«Lindísimo viaje»
Bueno, terminó lo de Michael. Yo seguí sin conseguir trabajo por un tiempo. Me estresaba, y eso me hacía mal para mi memoria. En esa época mi papá estaba en los trámites para trabajar en Bolivia. Me dijo: «Vente a Bolivia, ya que no has conseguido trabajo, aunque sea a descansar un par de semanas, porque vas a volver a perder la memoria así». Le acepté, y el 23 de febrero me fui a Bolivia con mi papá. Estuve un tiempo ahí, me presentó a toda la gente que había conocido, me mostró dónde estaba trabajando, todo. Coincidentemente, las dos compañías donde trabajaba mi papá no tenían nada que ver, pero tenían el mismo nombre: Seguros Alianza. Increíble. Un día me despertó y me dijo: «Oye, ¿vámonos a Brasil?» «¡Bacán!» Por primera vez en mi vida me subí a un tren. Pasamos con el tren por el puente más largo de Sudamérica, que está en Bolivia. Me acuerdo que seguía pasando el puente y no paraba nunca. Lindísimo viaje. Llegamos a la frontera con Brasil Tuve que vacunarme. Me vieras ahí, hecho un cabro. La aguja no tendría más de dos centímetros. Me la pusieron y comencé a gritar, por poco no me pongo a llorar [risas].
Te desesperan las agujas.
¡Sí, les tengo pánico, pavor! Se suponía que tenía que esperar diez días, pero entramos normalón, mi papá y yo bien conchudos. Pasamos unos días en Brasil. Lindísimo. Desde el primer tipo que veías en migraciones te dejaba con la boca abierta. ¡La raza brasileña es bonita!
¿En qué parte de Brasil?
Corumbá.
¿Esa es la parte que colinda con Bolivia?
Sí. En Brasil, un día me despertó mi papá y me dijo: «Oye, ¿quieres ir a Paraguay?» «¡Bacán, vamos a Paraguay!» Cruzamos todo Paraguay a lo ancho. ¡Yo estaba tan emocionado con mi viaje, y resultó que Paraguay es el peor lugar en el que he estado en mi vida! Fueron siete u ocho horas de viaje. Creo que no pasaban más de diez minutos de trayecto en la carretera en que no estuvieran quemando hierba. ¡Era una desesperación increíble! El bus, horrible. La gente, una porquería. No podías preguntar nada, porque sólo para verte la cara de idiota te hablaban en guaraní, que no se entiende nada. Era como si me estuvieran escupiendo en la cara. Malcriados, malgeniados. Encontrar alguien que te diga la hora de buen genio era como encontrar alguien que te regale dos mil dólares, te lo juro. Las mujeres feas, arrugadas. Bueno, las jóvenes sí eran bien bonitas. Pero las que tenían veintisiete años ya eran viejas. Llegamos a Asunción. Una ciudad horrible, sucia. Las avenidas en subidas y bajadas. ¡Un calor que te morías! Estuvimos en un hotel que se llama Hotel España. Le dije a mi papá: «¡Papá, yo no me quiero quedar aquí! ¡Vámonos, porque no soporto estar aquí!» Al día siguiente, de la agencia de viajes salimos al aeropuerto. Tomamos el primer vuelo que salía en ese instante a Bolivia. Íbamos a ir a Argentina —yo me moría por ir a Argentina— pero mi papá tenía que dar clase de seguros al día siguiente en Bolivia.
Hace poco, cuatro días antes de conseguir mi trabajo actual, mi papá me dijo para que volviera a ir a Bolivia para irnos a Argentina. Por aceptar mi trabajo actual no fui. Ahora me arrepiento, porque cuando mi papá se despidió de mí en Bolivia, me dijo que era la última vez que nos íbamos a ver. Hasta ahora no lo veo, y francamente la veo bien difícil que lo vuelva a ver. No es que sea pesimista, sino que soy realista.
Mi papá tuvo un derrame hace tres años. Yo estaba en el «Playland Park» de Guayaquil, y cuando llegué a mi casa estaba pasando medio escondidito porque le debía de un shampoo al tipo de la farmacia. Me ve y me dice: «Oye, a tu papá se lo han llevado al hospital. Le ha dado un derrame». «¿Qué?» Fui a la casa corriendo. Me habían dejado plata y una nota: «Anda al hospital Vernaza». Es el peor matadero que te puedas imaginar, pero la esposa de mi papá no sabía qué hacer, así que lo llevó allá. Le dio hemiplejia. Se recuperó, digamos, en un 40 por ciento. Para qué, mi papá, siendo chiquito, flaquito, es súper fuerte en ese sentido. Aguantó eso, y con medio cuerpo dormido tuvo un hijo recontra saludable. Claro que muchas miradas apuntaron hacia mí cuando el hijo nació. La esposa que tiene es más cercana a mi edad que a la edad de mi papá, y con mi papá teniendo medio cuerpo dormido, como que las posibilidades no eran muchas de que ella quedara embarazada, y viviendo juntos, y yo un adolescente...qué se yo. Por eso, cuando mi papá se enteró de mí se sintió tranquilo.
Llamé al jefe de mi papá, y él lo internó en otra clínica. Estuvo recuperándose durante mucho tiempo. Yo durante un año y algo estuve viviendo más la vida de mi papá que la mía. Yo cuidaba de él. No me arrepiento, me da gusto haber hecho eso por mi papá. Yo lo llevaba a cualquier lado. Para bajar una grada, tenía yo que estar ahí. Yo era su bastón día y noche durante un año y más. Hace dos, tres semanas, tuvo de nuevo otro derrame, y fuera del derrame muchísimas complicaciones: le dio un ataque de asma, y ahora está con una deshidratación increíble. Ayer llamé al Ecuador para saber qué había pasado, y luego llamé en la noche para saber de mi hermano, y nadie sabe absolutamente nada de él, se ha desaparecido desde hace dos semanas. Igual la esposa de mi papá.
Juguete sentimental
El 25 de diciembre del 98, cuando le dije que sí a Michael, en la disco vi por primera vez a Gonzalo —igualito a Alejandro Sanz—, y me dejó frío. Cada vez que iba a la disco me lo quedaba mirando fijamente, y él también me miraba a mí. Eso pasó durante un montón de tiempo, seis meses, creo. Aún cuando me fui de viaje a Bolivia, Brasil y Paraguay, seguía pensando en él, y cuando regresé, seguía mirándolo. Un día —yo ya no tenía pareja, estaba completamente libre— me pongo a verlo, como siempre. Ese día un tipo me había estado invitando cuba libre, yo estaba medio picado. Se me ocurrió salir a tomar aire —medio que es un poco peligroso que la gente me vea mareado, porque soy muy vulnerable— y me doy cuenta de que Gonzalo está saliendo delante de mí. A mí la discoteca me había aburrido. Yo iba sólo hasta las 12:00; si Gonzalo no había entrado me iba, y si había entrado me quedaba hasta que se fuera. Era la única razón por la que iba a la disco. Entonces, ese día no sé qué habrá pensado Gonzalo: supongo que pensó que yo ya había dado el primer paso para mandarme. Yo me paré en la puerta. Gonzalo se subió a un carro y le pitó a Ricardo —el seguridad de la disco— para que se acercara. Ricardo fue al carro, regresó, y me dijo: «Me dijo que te dijera que lo esperes, que ahorita viene». Me metí, y se me hicieron horas, días, años...¡me hice viejo ese día! Llegó. Estaba en el mismo plan de que mírame, que te miro, y se me acercó. Me dijo: «¿Con quién has venido? ¿Has venido solo?» «Sí». Estábamos en la pista de baile. «¿Vamos a conversar afuera?» «Ah, bacán, vamos». Yo tenía miedo, porque no sabía si se me estaba mandando, o si me iba a mandar al demonio porque lo estaba persiguiendo teniendo él pareja. Fuimos afuera, me preguntó un par de cosas —que ni me acuerdo porque no les presté mucha atención— y empezamos a agarrar. Siempre él estaba borrachísimo. Se tiraba como 50, 60 soles en trago en la disco.
Yo sabía que él tenía pareja, pero no me importaba. Cuando me enteré, ya había pasado lo del agarre, así que pensé: «Ya pues, sigámosla». Yo con la mirada le decía siempre: «Ya pues, vamos a agarrar a escondidas». Con la mirada también me decía que no podía, que su pareja estaba ahí. Le señalaba el reloj como diciéndole: «¡Ya me tengo que ir!» Entonces me decía: «Está bien, vamos arriba». Una vez él estaba sobrio, y pudimos conversar bien. Me contó acerca de él. Al principio me había dicho que se llamaba Juan Ignacio, no Gonzalo, imagínate. Me contó lo que hacía: estudiaba inglés, diseño gráfico, dónde vivía. En un momento se apagó la luz, y me dio un beso. Yo, extasiado. Me dijo: «Hay que aprovechar la oscuridad porque mi pareja está abajo». Su pareja estaba ahí, y ahora yo soy recontra amigo de él. Me dio su teléfono, y me dijo que lo llame al día siguiente. Yo en esa época había conseguido empleo en Larcomar. Saliendo de mi trabajo lo llamé. Fui a su casa, y estuvimos agarrando todo el sábado. Luego todo el domingo. Pero agarrando, nada más. El domingo le dije que el lunes no iba a poder, pero que el martes sí. Me dijo: «Ya, normal. Oye, ¿cuál es tu comida favorita?» «Lasagna». El martes llego, y me había preparado una lasagna que es una de las más ricas que he probado, y me consta que él la hizo, porque más adelante hizo otras que le quedaron igual de buenas. Me quedé frío. El domingo me había dicho: «¿Por qué no vienes el martes y te quedas a dormir hasta el miércoles?» Bacán, yo feliz. El martes cobraba, y ese día renuncié también. Fui a su casa después del trabajo. Llegué, me bañé, dormimos. Ese día fue todo juego de mano, y con la boca, nada más. Todo calladito, porque su hermana estaba en el cuarto de al lado, y no se podía enterar de nada. Al día siguiente me mandó a cortar el pelo, y después me afeitó, me hizo una limpieza de dientes, me hizo un acondicionamiento en el pelo y me hizo una limpieza de cutis con una crema carísima.
¿Él?
¡Todo él! ¡Te lo juro!
¿Cómo fue la limpieza de dientes, por curiosidad [risas]?
Con una crema que sabía horrible, que tenía que tenerla ahí un rato. Compró una máquina de afeitar, un cepillo de dientes, para yo los usara en su casa. Todo el siguiente día me estuvo diciendo que llamara a mi casa. Me dijo: «Oye, ¿por qué no llamas a tu casa?» «Mira, ya me tienes harto. Te digo que no tengo que llamar a mi casa para decir dónde estoy». «¿Puedo terminar?» «Sí» «¿Por qué no llamas para decir que te quedas otra noche más?». ¡Yo feliz! No llamé, me quedé nomás. Ahí sí fue cuando tiramos con todo.
Tu mirada se pierde en el infinito cuando dices eso [risas].
Gonzalo puede ser la persona que mejor me ha engañado en mi vida, pero en la cama es para aplaudirlo.
¿Ah, sí?
¡Uy, no sabes! Es para pedir: «¡Otra! ¡Otra!» ¡Te lo juro, es una maravilla! Lo único malo es que termina a veces demasiado rápido.
Coordinar los tiempos de ambos requiere bastante práctica.
Era demasiado rápido. En diez metidas ya había terminado.
Entonces, ¿qué era lo maravilloso?
¡Esas diez metidas [risas]!
Como te digo, lo más difícil es hacerlo durar y venirse a la vez.
Solamente un par de veces pudimos hacerlo a la vez.
Requiere mucha práctica, y cuando la adquieres ya no estás tan interesado en el asunto [risas].
Siempre que estuve con él —menos una vez— él fue activo. La vez que yo fui el activo, él lo hizo con tan poca gracia. ¡Le dolió horrible, me insultó como no me habían insultado en mi vida!
¡Como gata [risas]!
Inclusive lo hizo con tan poca gracia que no sentí nada. Me quedé a dormir un par de noches más en su casa la siguiente semana. De lunes a viernes nos veíamos, y él veía a su pareja viernes, sábado y domingo.
En términos humanos, ¿cómo era la relación?
¡Yo estaba recontra enamorado! ¡Estaba enamoradísimo!
¿Él era amable contigo?
Sí. No era cariñoso, pero le daban sus cuartos de hora de cariño. En cualquier momento venía y me agarraba a besos, pero más yo. Es que yo soy demasiado cariñoso.
¿Ah, sí?
Yo no puedo estar más de diez minutos sin besar a mi pareja. ¡Soy un maniático del cariño! Él no. A él más bien le daba su cuarto de hora de vez en cuando. Lo malo de Gonzalo es que no podíamos salir a ningún sitio porque nadie debía vernos juntos.
¿Él todavía seguía oficialmente con su pareja?
¡Claro que sí! Yo solamente estaba esperando el momento en que terminen.
Supongo que ellos estaban mal en su relación.
No es que estuvieran mal, sino que Gonzalo no tiene capacidad de enamorarse. Estuvo con su pareja y conmigo, sólo que a uno lo llamaba pareja y al otro no, y uno era de dominio público y el otro no.
¿El otro pata no iba al departamento de Gonzalo, siendo su pareja?
Sí iba, pero los fines de semana solamente, porque trabajaba y estudiaba. Pero no, yo realmente no creo que Gonzalo tenga la capacidad para enamorarse. Nunca he conocido a un tipo tan confiado en que siempre va a ser bonito y que siempre se van a fijar en él. No se ocupa en buscarse algo serio, y no creo que cambie. Él pasa de punto en punto.
¿Siempre tiene este estilo tan paternalista con sus parejas?
No sé, nació con vocación de nana, te lo juro [risas].
A ti te cuidaba, ¿no es cierto?
¡Me cuidaba, no tienes idea! ¡Era como una mamita! Me daba para mi pasaje, todo. Según él, se estaba enamorando, pero no llegó a enamorarse. Su papá había fallecido unos meses antes. Alucina que el Día del Padre su pareja no lo llamó, aunque sabía que él iba a deprimirse. Entonces Gonzalo me llamó para que fuera con él a una feria en Chorrillos.
¿Qué feria?
San Pedro.
¿La Fiesta de San Pedro?
Sí, en Chorrillos.
¿Él iba a ese tipo de celebraciones?
¡Pero si era por su casa! Él no es nada subidito, ¿ah? De que tiene su cholería, tiene su cholería [risas]. No creas, no es excéntrico.
No me lo imaginaba en una fiesta popular.
¡Sí, era bien popular! Al final de ese día terminé quedándome con él en su depa hasta las 11:30 o 12:00 p.m. ¡Asaltaron a una chica delante de mí a la hora de tomar mi carro para ir a mi casa! Me arriesgué a quedarme en Chorrillos hasta tan tarde, sabiendo que no podía quedarme a dormir porque en la mañana iba a llegar su parejita.
¡Qué situación! Desesperante, humillante
Sí, de todo. Me arrepiento completamente. Al día siguiente lo llamó su pareja. Gonzalo no quería saber nada de él. Cuando entré a mi actual trabajo —en unas cabinas Internet—, como nuestros horarios se opusieron, poco a poco fuimos separándonos. Pero yo no me desenamoraba. Yo más bien caí en una depresión terrible, que tuvo ciertos beneficios, como perder peso [risas].
¿En qué momento rompieron?
Gradualmente. Dejamos de vernos.
¿Insististe en llamarlo?
Sí, insistí, pero él nada que ver. De vez en cuando iba a las cabinas, pero ese era todo nuestro contacto.
Ya no te aceptaba salir juntos.
Aparte que yo no podía porque dormía de día y trabajaba de noche. Bueno, yo caí en una depresión increíble, una depresión que realmente me hubiera podido dejar morir.
«Es bacán mi trabajo»
¿Cómo es tu trabajo actual?
Trabajo en unas cabinas Internet en Miraflores. ¡Va cada cosa rara! ¡Va cada gente! Es bacán mi trabajo. Todos son como mis amigos. El que va más de dos veces ya es amigo mío, definitivamente. Me quieren bastante, porque los ayudo y les tengo paciencia. Las fastidio a las chicas, agarro con ellas.
¿Agarras con chicas?
¡Sí, no tienes idea!
¿Tú eres bisexual?
Bueno, no me he definido muy bien en ese sentido.
En realidad los bisexuales nunca te pueden decir si son o no. Simplemente lo hacen. O sea, «yaquechu» [risas].
¡Exacto! ¡Y para colmo yo les digo sobre mí! Me preguntan: «Oye, ¿y tu enamorada?» «No tengo enamorada, tengo enamorado». ¡Y se matan de risa! ¡Ni por acá que es cierto!
Por ejemplo, una de las personas raras que llegaron fue un curita, que fue un mate de risa. La primera vez que llegó, fue con su trajecito de curita. Me dijo que quería comunicarse con una chica en España, pero no sabía cómo. Me hizo conversación un ratazo, y me acuerdo que le pregunté: «¿Se supone que tú eres cura o seminarista, o algo por el estilo?» «Seminarista». «¿No te tengo que tratar de usted, no?» «No, normal». Se hizo mi amigo, lo ayudé a comunicarse con la persona a la que quería contactar y le creé un email. Me dijo: «¿Y cómo se chatea?» A mí me pareció rarísimo. Le dije: «¿Quieres chatear? Te cuento que el chateo es pura cochinada de lo último. El noventa por ciento de chateo tiene que ver con puro sexo». Me dijo: «No, sí quiero chatear un rato». Lo dejé chateando en el mIRC. Se quedó como tres horas. Yo me acababa de enterar esa mañana que a mi papá le había dado el derrame. Estaba súper deprimido. Llegó el cura, y como él medio que tiene vara, me dijo que me iba a ayudar, que iba a rezar por mí papá, y yo le pagué la cuenta. Salió como 15 soles, pero como el chico de caja vio que yo la estaba pagando, me la dejó en 11 soles.
Yo pensé que te iba a ayudar a llegar a Ecuador, pero te iba a ayudar con Dios [risas].
La segunda vez que fue, ya no estaba vestido de curita. Me dijo: «Quiero comunicarme de nuevo para ver si he recibido respuesta». Un amigo también estuvo ese día, y me contó que tuvo cybersexo con él de cabina a cabina. Se dieron cuenta de que estaban en el mismo local, y se presentaron [risas]. Va tanta gente ahí. No sé, es que el Internet de por sí llama a la gente rara.
Es anónimo, y por eso es el medio ideal para la gente marginal.
También hay una gorda estafadora. Me da pena la gente que lleva. Una vez una señora me dijo una cosa de la gorda: «Me cobró cien soles por crearme un email». ¡Y todavía estaba emocionada!: «¡Cien soles, y ahora voy a tener mi email toda mi vida! ¡Voy a poder mandar y recibir cartas! ¡No lo puedo creer!» Feliz, ella. ¡Para ella era la ganga del siglo! Le dije: «¿Qué? ¿No sabes que eso es gratis? Esa mujer tiene demandas, incluso creo que está buscada por la policía». Me dijo que ese día también le había pedido 400 dólares para contactarla con un gringo. La gorda me odia con toda su alma desde que no le doy impresiones gratis. Le dijo a mi jefe que yo tenía mi print center siempre «lleno de cabros», y que les daba impresiones gratis, imagínate.
Efectivamente, tu print center siempre está lleno de cabros, pero espero que no les des impresiones gratis [risas].
Siempre no, de vez en cuando nomás [risas]. Se supone que trabaja en una agencia matrimonial de Australia, y que le consigue gringos a la gente de acá. Según ella, funciona. Siempre viene y dice: «¡Uy, ya le mandaron el pasaje a la tal, a la cual, para Italia, para Estados Unidos!» Esa gorda es la persona más horrible que he visto en mi vida. No es porque le tenga cólera, porque aún cuando era mi amiga yo sabía que era la persona más fea que había visto en mi vida. ¡Es que tendrías que verla, es un espectáculo, es para pagar por ver, pay per view [risas]!
¡Cae de todo a tu trabajo!
¡A veces vacío los discos duros de las computadoras, y encuentro cada cosa! ¡Videos de sexo con animales, de sexo con niños! ¡Videos fuertes, de asesinatos en ese momento! ¡Se ve cómo matan a una persona, la descuartizan y todavía está viva! También fotos de fisting, un hardcore elevado a la enésima potencia. ¿Sabes lo que es fisting, no?
No lo recomiendo. Imagínate que te entre todo el brazo [risas].
A mí sí me entra [risas].
¿En tu trabajo se te mandan mucho?
Me han ofrecido tríos como ocho veces, y pares sí me han ofrecido muchísmos. Me escriben a mi email, es como si tuviera mi club de fans. Creo que tengo algo así como dos o tres propuestas a la semana, aunque cada vez la gente me va conociendo más y se da cuenta de que no quiero nada, así que la cosa ha parado un poco. Pero hay gente que todavía insiste.
Tienes tu popularidad ¿Cómo es ser un chico bonito?
¿Yo?
Bueno, eso dicen. Además, por algo te buscan.
¿Quién te ha dicho? ¡Cuéntame!
Todo el mundo.
¡No te creo!
¡En serio!
Más que el chico bonito yo me siento el patito feo en la disco. Ya me han insultado bastante por decir eso.
Quiere decir que sí te lo han dicho.
Me lo han dicho, pero yo no lo creo para nada. Yo me siento de lo común para abajo. En todo caso, a mí me inspira mucha desconfianza. Digámoslo crudamente: si una persona es fea, y alguien se interesa en ella, es porque es en serio. En cambio, si eres bonito, y alguien se interesa en ti, puede que sea en serio, o puede ser que no. Por eso, tiene sus ventajas y tiene sus desventajas que la gente te considere bonito. No estoy asumiendo para nada que lo sea. Por ejemplo, para mí la disco es una jungla divertida, donde vas a pasarla bien, pero tienes que tener cuidado con cada lobo que hay, y con los pasos que das.
Volviendo a tu trabajo, ¿van muchos extranjeros?
¡Va cada falso extranjero! Algunos colombianos son más o menos rubios, y tratan de hacerse pasar por gringos, pero nada que ver, no les sale. Además, terminan llamando en cualquier momento a Colombia, y ahí te das cuenta. Bueno, yo he hecho lo mismo también. En Bolivia puse a prueba mi inglés. Desde el momento que pisé el avión de salida, yo era un gringo más. A las personas que conocí les dije que había vivido en Estados Unidos toda mi vida, y que no hablaba español. Incluso hablé con personas de Estados Unidos que no me sacaron que era latino.
¿Crees que tu trabajo te ha ayudado a desarrollarte?
Sí, y también a aprender muchísimas cosas. Lo que me faltaba saber, ya lo aprendí. La verdad es que ya soy recontra experto en Internet. También me ha ayudado a compensar la cantidad de personas que no conocía por haber llegado recién al Perú. Ahora conozco más gente que los que han vivido acá toda su vida. ¡Las chicas se hacen amigas mías tan rápido, no tienes idea! Es lindo mi trabajo. Mañana cumplo tres meses de trabajar ahí, y he tenido tantas experiencias como cualquiera tiene en dos años. El trabajo es vivo, te mantiene el interés, y todas las noches te vas a la cama pensando en algo que ha pasado, sea bueno, sea malo, sea gracioso, sea triste. Trabajo en el horario de noche, y ahí va gente que no puede dormir, insomnes que ocupan su tiempo en Internet. ¡El canal gay se llena desde las 12:00 hasta las 3:00 de la mañana! Además, va de todo, desde la clase más alta hasta la más baja, que sus dos soles de pasaje se los tiran en Internet. Luego, ¿cómo se regresarán a su casa?
¿Antes de venir al Perú eras tan social?
No, porque de hecho Ecuador no te da para ser social. Es súper cerrado, la gente no te da entrada, ni las chicas siquiera. Todos se quedan en su entorno.
Pero en todo caso te adaptaste rápido acá, ¿no?
¡Ah, sí! No sé, lo llevo en la sangre, supongo.
«Lo amo con toda mi alma»
Una noche en la disco, un amigo, Miguel —uno medio gordito, gruesito— me dijo: «Oye, hay un chico que tú le gustas». «Ah, bacán». Había un grupo de unos cuatro chicos en una mesa. Le pregunté: «¿Cuál de ellos es?» «El de polo negro». Se llamaba Roberto. Yo le dije a Miguel: «El que me gusta es el que está al lado». Era Víctor, mi actual pareja. Lo que me llegaba era que Víctor me decía: «¡Sácalo a bailar a Roberto, que se muere por bailar contigo!» ¡Con quien yo quería bailar era con Víctor! ¡Me pidió como seis veces que bailara con Roberto! Unos amigos me dijeron: «Por si acaso, Roberto tiene pareja, que es un gringo podrido en plata que viene en unos días». Mi idea al comienzo no era agarrar con él, sino sacarlo a bailar porque Víctor me lo estaba pidiendo. En realidad, Roberto y Víctor ya me habían visto como cuatro meses antes. Víctor había dicho: «¡Yo quiero a ese chico!» Roberto dijo: «¡No, yo lo vi primero!» Entonces habían quedado en que yo era de Roberto [risas]. Otra cosa: Roberto y Víctor habían sido pareja por tres años, y habían roto unos meses antes.
Hasta ese momento tú no conocías ni a Víctor ni a Roberto.
Me los presentaron esa noche, y a mí quien me fascinó fue Víctor. Bueno, mi idea fue sacar a bailar a Roberto, y él encantado. La verdad es que la única razón por la que agarré con Roberto mientras bailaba era que Gonzalo estaba a mi lado, y como que quería sacarle pica. Roberto me dijo algo así como que yo le gustaba mucho, y yo ¡jua!, me le fui encima. Dos días agarré con Roberto. Al día siguiente llegó su pareja.
Tú sabías que Roberto tenía pareja y que iba a llegar en pocos días.
Sí, o sea, no había nada serio. Pero luego yo me enteré por Víctor que Roberto le había dicho que hubiera dejado a su pareja por mí. ¡Imagínate! Quedamos como amiguitos. Me abrazó, y me dijo que me iba a extrañar.
Por esos días Roberto y Víctor se estaban yendo a España a hacer sus prácticas de hotelería. A Víctor le negaron la visa y se quedó dos semanas más. ¡Yo, feliz! Un día yo estaba en mi trabajo, dormido sobre mi brazo. Yo trabajaba de madrugada, y como no había gente de 3:00 a 8:00 a.m., siempre me quedaba dormido. De repente me despierto, y siento que alguien me está rascando la cabeza, pero de una manera bien rica, bien suave, bien dulce. Levanto la cara, y era Víctor. Me quedé extasiado. Hasta ese momento yo estaba bien deprimido por lo de Gonzalo. Víctor había ido con Miguel. Un día antes estuve agarrando con un chico, Gabriel. El desgraciado me dijo para ser pareja, y lo le dije que sí, la cosa más absurda del mundo. Ese mismo día le dijo a todo el mundo que yo era su pareja. Yo ni me enteré hasta el día siguiente. Nos sentamos arriba, en el segundo piso, con Víctor y con Miguel en la misma computadora. Llega un amigo, Edgardo, con el mejor amigo del chico que me había pedido para ser pareja. Víctor seguía haciéndome cariño: «Pobrecito se muere de sueño», y yo me recostaba sobre él. Edgardo me vio, y me dijo: «¡Cómo! ¿Tú no estás con Gabriel?» «¿Tú estás loco?» Al lado estaba el mejor amigo de Gabriel, que era casi como su hermano. ¡Los dos escandalizados! Víctor ya se estaba yendo con Miguel, y a la hora de despedirse me da un beso en la boca, pero bonito. El otro enojadísimo conmigo. Le dije: «¿Qué tiene de malo?». Y Víctor: «Sí, ¿qué tiene de malo?», y me da un beso de alma, con amígdalas y todo. ¡En público!
Al día siguiente lo acompañé a la embajada de España para lo de su visa. Luego, al día siguiente, fuimos otra vez a la embajada, y de allí nos fuimos en una combi a Miraflores. En la combi me dice: «Si no me fuera a España, me gustaría que fueras mi pareja». Yo le dije: «Aun si te vas a España, si me dices para ser tu pareja, yo te digo que sí». Nosotros agarrando en la combi, vieras.
Entonces, ¿en cuántas horas se decidió tu relación con Víctor?
En 48 horas ya éramos pareja. En la cola de la embajada de España hemos estado así, bien acaramelados. ¡Vieras el incendio! Eso le encantó a Víctor. No el incendio, sino mi manera de ser [risas], porque con Roberto no se podían ni dar la mano en público cuando eran pareja. Cada vez me hice más dependiente de Víctor sentimentalmente.
¡En poquísimos días!
Antes de que se fuera estuvimos nueve días, en los que planificamos el resto de nuestra vida juntos. Tenemos un programa con el que podemos trabajar en Estados Unidos, en Vermont, por cuatro meses. Ahora bien, nosotros planificamos —de cierta manera bien a la prepo— que luego de ese contrato, conseguíamos otros contrato para quedarnos a vivir allá. Quizá no en Vermont, pero mi meta es vivir en Estados Unidos y ser piloto de American Airlines. Cuando venga Víctor en noviembre, nos vamos el 8 de diciembre a Estados Unidos.
Se suponía que mi papá me iba a enviar la plata que necesito para el programa llegando a La Paz. Dos días antes de que eso sucediera, a mi papá le dio el tercer derrame, y tuvo que quedarse en Ecuador. ¡Yo sencillamente no lo podía creer, era una mala jugada del destino, no podía estar sucediendo esto! No es que sólo le dé importancia a la plata. ¡Es que eso era parte de mi futuro, parte de mi vida, date cuenta! ¡Y justo dos días antes! Claro que no hay mal que por bien no venga: si mi papá hubiera ido a La Paz, me hubiera enviado la plata, y le hubiera dado el derrame en Bolivia, se hubiera muerto definitivamente porque mi papá en Bolivia está solo. Por ese lado, mejor que le haya dado en Ecuador, pero el problema es que fue justo dos días antes de enviarme la plata.
¿Qué fue lo que tanto te fascinó de Víctor?
No sé. Fue mágico.
¿Lo quieres mucho?
Lo amo con toda mi alma. Sé que cualquiera que lo oiga diría que es una ilusión, pero lo que siento por Víctor es más fuerte que lo que llegué a sentir por Gonzalo. Y si a la hora de perder a Gonzalo me deprimí tanto que fui capaz de casi llegar a dejarme morir, por Víctor no tengo ni idea de lo que llegaría a hacer. Es un chancay de a veinte lo que sentí por Gonzalo en comparación con lo que siento por Víctor. Si puedo conseguir la plata, me gustaría irme primero a Ecuador a cuidarlo a mi papá un tiempo, para dejarlo en buenas manos. Si no consigo la plata, podría irme a Ecuador con Víctor y empezar a ahorrar para hacer lo mismo, pero el próximo año. Realmente yo no le doy importancia al dinero, pero es la llave para irme a Estados Unidos, que siempre ha sido mi meta, y siempre ha sido la meta de mi papá para mí. Por eso, cuando mi papá se enteró del programa, pucha, saltaba en la pata coja.
¿Cómo ves el futuro?
Yo pienso estar al lado de Victor, si es por mí, por el resto de mi vida.
Eso ya no se oye con mucha frecuencia.
No. Dicho sinceramente, no se oye con mucha frecuencia, pero yo sé que lo digo en serio. Dentro de mis posibilidades, quiero ser la mejor pareja para Víctor, y ojalá nunca tenga que separarme de él.
Epílogo
Bueno, así ha sido mi vida desde que me acuerdo. Ha habido momentos en los que he tenido absolutamente todo, y otros en los que no he tenido nada, pero así me gusta. Me ha encantado todo lo que he pasado, aún cuando no siempre haya disfrutado el momento. Agradezco a Dios que me haya dado la oportunidad de vivir la vida de esa manera, y estoy seguro de que todo eso me va a servir siempre.

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